martes, 8 de diciembre de 2009

el principio de la publicación

El principio de la publicación


“Una crónica del espectáculo americano inspirada en la espectacularidad crónica del sistema que vivimos, es decir la constante referencia a los EE UU en todos los productos culturales.”


El medio es el mensaje llevado al paroxismo, un extremo que produce el principio de la publicación. Para entender esto, haremos referencia primero a la cuestión del marco, simple framing en palabras de G. Lakoff. Este autor progresista norteamericano sostiene que la derecha conservadora de su país ha seguido una estrategia a largo plazo de edificación del marco de discurso en el que hace valer políticamente su determinada visión del mundo (worldview). Un marco construido a base de conceptos morales y juicios de valor que proyecta su sombra sobre la esfera de la opinión pública. Recusarlo no es fácil, puesto que los conceptos de que está hecho exceden el campo legítimo de la discusión política, las competencias de los ciudadanos, funcionarios e instituciones, y por eso el autor propone cambiarlo (refraiming), sin más, por otro de su cuño. No podemos prescindir de él, puesto que necesitamos uno, como en toda representación. No se puede discutir el marco directamente, sino sus sombras, los argumentos fantasma que pueblan los discursos, esos conceptos cargados de moral, prejuicios y lugares comunes, emanados del marco dominante, como serrín de las polillas. Y no se puede negarlo, porque para ello es necesario evocarlo, destaparlo, reivindicar su influencia y acusar, con lo que se termina de reforzarlo. Así que no nos libramos de opinar dentro de un “marco imbécil”, por lo que, parafraseando a M. McLuhan, completaremos el silogismo según el cual el marco es el medio, ergo el mensaje.

El marco es el medio, o mejor, los medios de comunicación que producen mensajes cotidianos, repetitivos y continuados. El factor productivo, en cadena, explica la necesidad de seguir una estrategia de comunicación, tarea de la que se encargan los think tank, o fundaciones en castellano. Un aspecto especialmente interesante es la adaptación de las ideologías por esos grupos de acción mediática, que las proyectan entre los vivos con argumentos fantasma, como intuía Marx y evocamos más arriba. Por lo que no es del todo justo hablar del final de las ideologías, aún siendo nihilistas, sino que es menester constatar su mutación en estrategias comunicativas dentro de las reglas de mercado. Esta conexión entre mercadotecnias de ideologías y medios de comunicación implica otra consideración, a further explanation, sobre la definición del espacio público y la acción política. Llamamos liberalismo a esa posible ontología de lo contemporáneo. Entre otras razones porque el idealismo dialéctico, raíz ambidextra de las ideologías modernas y, por tanto, de cualquier proyección consumada de neo/post liberalismo, se limita hoy en día a la crítica más digna dentro del marco de respeto a los derechos y libertades cívicos. La política ya no se juega, utópicamente, en paradigmas estructurales y revoluciones, sino, públicamente, en la economía (producción y logística) de los actos deliberados de los individuos, entre otros, el voto. El liberalismo es, más allá de las ambiciones modernas, el sistema democrático del capitalismo integrado en las sociedades del conocimiento, o lo que es lo mismo, la transformación de la sociedad en cuerpo político, la conversión del Estado a la biopolítica y la ejecución del poder como autoridad orgánica.

Numerosas son las interpretaciones dadas al término, que ha cosechado todo tipo de críticas desde las facciones más variopintas, tanto en el Viejo como en el Nuevo continente, donde viene a ser sinónimo, según el caso, de “seudofacha” o de “procomunista”, y pasto de discusiones infinitas entre padres e hijos por si significa, en realidad, ser un carca o un licencioso. Whatever, nuestra lectura bebe, sin duda, de las mismas fuentes ilustradas que inspiraron a los pioneros liberales, pero no nos repetimos. El contexto ha cambiado, y las aspiraciones decimonónicas de igualdad y justicia conforman hoy la piedra de toque del sistema de bienestar en el primer mundo, con numerosas medidas de prestación social en materia de educación, salud, vivienda y empleo. Claro que ninguna conquista es perenne, y asistimos constantemente a lo que ya llamamos “retrocesos”, “atropellos” o “violaciones”. Pero el cambio en las condiciones materiales es tal que resultaría absurdo seguir planteando la res publica como una disputa entre dos frentes viejos con un mismo perfil. La autonomía moderna ha dejado de ser la definición abstracta del individuo que tantas ampollas levantó en el camino de la identidad, y ya casi podríamos tildarla de autosuficiencia. Pero no por ser el fin dialéctico de un “materialismo hedonista” (progresista de izquierdas) o de un “individualismo liberal” (conservador de derechas), sino porque es la condición social para el ejercicio de las libertades y el cumplimiento de deberes, esto es, para la participación efectiva en los asuntos colectivos de un Estado de derecho. La dosis de garantías materiales que nos ampara hoy por hoy, ya sea por méritos propios o por la atención social, nos exonera, en fin, de viejas culpas y militancias. Servidos los medios de subsistencia, sólo queda por buscarse un modo de vivir, un mensaje para emprendedores llanos del sueño americano do it yourself .

La autosuficiencia de medios de que goza el ciudadano liberal se materializa también en capacidad de representación. ¿Pero de dónde nos surge ese avatar? Según J. Locke, de cuando, alcanzada la mayoría de edad, el individuo no renuncia explícitamente al usufructo y beneficio de la propiedad privada. El disfrute de sus bienes es condición suficiente para legitimar el contrato social, y la sociedad se constituye precisamente sobre ese interés común, como Commonwealth que es. La aceptación tácita conforma, pues, el compromiso adulto de la moral utilitaria, esto es, la participación de la vida colectiva basada en la separación de lo público y lo privado, la juventud y madurez, pero también lo dicho y lo callado en los márgenes de la ley. Una fórmula, la del “quien calla otorga”, patente en la Revolución Gloriosa, de la que el autor tomó parte activa, y que fue incruenta en la medida en que repuso la cabeza del Rey. Un modelo de representación, a la inglesa, que tan sólo inaugura las peripecias modernas del concepto.

Porque en el intersticio que va de la Bill of Rights del 89 a la Guillotina de su centenario francés, en el proceso, a la luz de la Kritik, por el que “salimos de nuestra culpable minoría de edad”, fecunda el modelo de democracia que tenemos hoy día. El cual no es sólo fruto de una progresiva apropiación de los medios de producción en manos de las clases populares, la historia oficial y versión de una lucha natural para salir de la pobreza, - pues como hemos visto, ese no es el punto de partida teórico -. Un elemento importante, sugerido por Kant en el Anexo II a La paz perpetua, nos parece estar funcionando como principio “ciego” jurídico-trascendental de la insociable sociabilidad, es decir, del sistema que vivimos: Ninguna acción entre iguales puede ser considerada justa si su formulación no admite publicidad. Hemos querido denominar PLUR (Please let us reprazent!) a ese dispositivo (agencement) soberano por el que nos vemos impulsados a pedir el voto y la palabra, a dejar el silencio de la minoría y ejercer nuestro papel. El principio de la publicación, que se articula en dos caras complementarias: la publicitación de uno mismo y la facilitación del acceso público a la información.

Pasamos de la infancia a la edad adulta acarreando un pasado. Y al igual que la propiedad suplanta la espinosa afirmación identitaria, el paso es el sentido que contiene la representación. El “no paso”. Somos informantes en la medida en que accedemos a publicarnos, aunque sea mediante el voto. Cumplimos la función política de la justicia en la medida en que materializamos el compromiso de la opinión pública. De ahí que, al transformarse los medios de comunicación, se transforme el contenido, y en ello juegan, cómo no, su papel preponderante las nuevas tecnologías de la información. Primero, rebajando la edad de acceso, se inmediatiza el mensaje y se incrementa la sociedad implicada. Segundo, acumulando presentes facilitamos el “eterno retorno de lo mismo”, esto es, la armonía y paz social. PLUR conjura el paso de la juventud. Beyond the self-man made, entre el cinismo y el conformismo de la etapa adulta, nos permite ser partícipes sin perder ni un ápice de nuestra capacidad crítica.


R. P. G.
Videólogo
Tx. Hauser

Bibliografía:

Kant I., La paz perpetua.
Lakoff G., Simple Framing, artículo en edición digital (Rockridge Institute) que resume las principales líneas de su libro No pienses en un elefante. Asímismo, la interesante reseña de J.-L. Pardo en el Babelia del 21-07-2007: ¡Es el marco, imbécil!
Locke J., Tratados sobre el gobierno civil.
McLuhan M., La galaxia Gutemberg.
Muguerza J. y R. Rodríguez Aramayo (eds.), Kant después de Kant ... (Tecnos, Madrid, 1989).

Este artículo se inserta en el framework de la propuesta PLUR, gracias a Muska, Yesman, y una lista de personajes de cuyos nombres no quiero olvidarme, en meses recientes de Barcelona, pública en http://pleaseletusrepresent.blogspot.com.


Ciudad de México,
Junio del 2009.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Please let us represent!

Una crónica del espectáculo americano basada en la espectacularidad crónica del sistema que vivimos, es decir, la constante referencia a los EE UU en todos los productos culturales.



Vídeo en Youtube aquí.

El medio es el mensaje llevado al paroxismo, un extremo que produce el principio de la publicación.